Cada año, y desde hace mucho tiempo, se conmemora en la capital aragonesa la efeméride de la capitulación de Zaragoza, firmada ante el Mariscal Lannes, el 20 de febrero de 1809, al final del Segundo Sitio que sufrió la ciudad por el ejército imperial de Napoleón Bonaparte, durante la Guerra de la Independencia.
El pasado 24 de febrero de 2019, la prestigiosa Asociación Cultural Los Sitios, continuado lo que es ya una tradición, conmemoró el 210 aniversario de aquella triste página de nuestra historia, con un sencillo pero emotivo acto que se inició a las 12.00 horas en torno al monumento a las heroínas, situado en la plaza del Portillo.
Participaron en el evento los grupos recreacionistas Voluntarios de Aragón, Húsares y Heroínas, y también las asociaciones culturales Royo del Rabal, y Mariano Lucas. Entre el numeroso público asistente se pudo ver a relevantes personalidades de la nobleza aragonesa, como la condesa viuda de Bureta, María Pilar Izquierdo lópez, y representantes de prestigiosas asociaciones como la Asociación de Vecinos Tío Jorge, y como los Reales Tercios de España, representados por Manuel Grao Rivas, Jefe de Relaciones Institucionales del Tercio Norte «General Aranda».
Se inició el acto con la intervención del presidente de la Asociación Cultural Los Sitios, Gonzalo Aguado Aguarón, quien tuvo palabras de salutación y bienvenida para todos los asistentes que nos habíamos dado cita en torno al precioso monumento, obra de Mariano Benlliure, para recordar lo que fue el episodio más triste y doloroso de la historia de Zaragoza. Seguidamente se dio lectura del diario de Faustino Casamayor y del acta de capitulación. Nosotros reproducimos aquí, por su evidente interés histórico, los 11 puntos de la misma:
Artículo 1º : La guarnición de Zaragoza saldrá mañana, al mediodía, por la puerta del Portillo con sus armas, y las depositará a cien pasos de dicha puerta.
Artículo 2º : Todos los oficiales y soldados de las tropas españolas prestarán juramento de fidelidad a Su Majestad Católica el Rey José Napoleón I.
Artículo 3º : Todos los oficiales y soldados españoles que hubieran prestado juramento de fidelidad, quedarán libres de entrar al servicio de Su Majestad Católica.
Artículo 4º : Los que de entre ellos no quisieran entrar al servicio, quedarán como prisioneros de guerra a Francia.
Artículo 5º : Todos los habitantes de Zaragoza y los extranjeros que en ella se encuentren serán desarmados por los alcaldes y las armas depositadas en la puerta del Portillo el día 21 a mediodía.
Artículo 6º : Las personas y las propiedades serán respetadas por las tropas de Su Majestad el emperador y rey.
Artículo 7º : La religión y sus ministros serán respetados. Se colocarán guardias en las puertas de los principales edificios.
Artículo 8º : Las tropas francesas ocuparán mañana a mediodía todas las puertas de la ciudad, el castillo y el Coso.
Artículo 9º : Toda la artillería y las municiones de toda especie se entregarán a las tropas de Su Majestad el emperador y rey mañana a mediodía.
Artículo 10 : Todas las cajas militares y civiles se pondrán a disposición de Su Majestad Católica.
Artículo 11 : Todas las administraciones civiles y de toda clase de empleados, prestarán juramento de fidelidad a Su Majestad Católica. La Justicia será la misma y se rendirá en nombre de Su Majestad Católica el Rey José Napoleón I.
Con el fin de seguir documentando esta tragedia, mejor que contarla nosotros, vamos a dar paso a quienes la vivieron directamente, porque lo harán mucho mejor que nosotros. No podemos traer sus voces pero sí podemos traerles sus palabras.
Vean por ejemplo el diario de José Belmas, que describe lo ocurrido el día 21 de forma estremecedora:
«La ciudad presentaba un escenario espantoso. Se respiraba un aire infecto que sofocaba. El fuego, que todavía consumía numerosos edificios, cubría la atmósfera con un espeso humo. Los lugares a los que se había conducido los ataques no ofrecían más que montones de ruinas, mezcladas con cadáveres y miembros esparcidos. Las casas, destrozadas por las explosiones y el incendio, estaban acribilladas por aspilleras o por agujeros de balas, o derrumbadas por las bombas y los obuses, el interior estaba abierto por largos cortes para las comunicaciones. Los fragmentos de tejados y de vigas suspendidas amenazaban con aplastar, en su caída, a quienes se aproximasen (…) Los hospitales estaban abandonados; y los enfermos, medio desnudos, erraban por la ciudad como sombras lívidas que salían de sus tumbas, y expiraban en medio de las calles.
La plaza del mercado Nuevo ofrecía un aspecto desolador: gran número de familias, cuyas casas habían sido invadidas o destruidas, se cobijaban bajo las arcadas; allí, los viejos, las mujeres, los niños, yacían mezclados sobre el pavimento, con los moribundos y los muertos. En este lugar de sufrimiento no se oían más que los gritos arrancados por el hambre, el dolor y la desesperación«.
Después de escuchar este estremecedor relato, y desde el punto donde estaba situada la Batería del Portillo, todos los integrantes y asistentes al acto, formamos una larga columna, encabezada por los Voluntarios de Aragón, al mando de su capitán Luis Sorando Muzás, que se desplazó hasta el jardín de las Comarcas, frente al castillo de la Aljafería, simulando el trayecto que realizaron los defensores de Zaragoza aquel aciago día 21 de febrero de 1.809.
Les ofrecemos ahora el testimonio del Mariscal Louis Francois Lejeune extraído de su narración sobre la salida de las tropas españolas:
«Al rayar el día 21 de febrero todos los puestos exteriores de la ciudad estaban ocupados por los franceses. Al medio día nuestro ejército, poco numeroso pero imponente por su marcial presencia, estaba alineado en orden de batalla, con la yesca encendida, dando frente al Ebro sobre la carretera de Aragón. Tenía ademas sus reservas bien colocadas para el caso de algún contratiempo. La columna española desfiló en formación con sus banderas y sus armas. Jamás un espectáculo más triste y conmovedor vieron nuestros ojos. Trece mil hombres enfermos llevando en la sangre el germen del contagio, todos espantosamente demacrados, con la barba larga, negra y enmarañada, sin fuerzas siquiera para sostener sus armas, se arrastraban lentamente al compás del tambor.
Sus ropas estaban sucias y destrozadas. Todo en ellos reflejaba el cuadro de la más espeluznante miseria. Sin embargo un sentimiento de orgullo y de fiereza indefinible aparecía aún a través de los rasgos de sus vívidos semblantes completamente ennegrecidos por el humo de la pólvora y sombríos de ira y de tristeza. El ceñidor español, de color vivo, dibujaba su talle, el gran sombrero redondo, adornado con plumas negras de gallo o de buitre, sombreaba su frente, la capa gris y la manta echada al desgaire por encima de los variados trajes aragoneses, catalanes y valencianos, llegaban hasta dar gracia y casi puede decirse elegancia a sus vestidos destrozados en tan nobles fatigas y a los negruzcos harapos con que estaban cubiertos aquellos vivientes espectros.
Sus mujeres y sus hijos llorosos, que obstruían las filas, tornaban con frecuencia su corazón a la virgen, a quien imploraban todavía. Muchos de aquellos bravos, en el momento de deponer las armas y entregarnos sus banderas, sintieron un acceso violento de desesperación. Sus ojos centelleaban de cólera y sus miradas feroces parecía que contaban nuestras filas y que sentían vivamente el haber cedido ante un número tan pequeño de enemigos. Partieron para Francia y Zaragoza estaba conquistada«.
Así terminó aquel Sitio memorable que tiene semejanzas sorprendentes con los de Sagunto, Numancia y Jerusalén.
A continuación, con la solemnidad habitual en esta secuencia del acto, mientras escuchábamos de fondo los compases de la famosa pieza musical El Sitio de Zaragoza, pasamos todos frente al olivo milenario para depositar en su base claveles rojos y amarillos representando la entrega de armas efectuada por los defensores de Zaragoza 210 años atrás.
Los Voluntarios de Aragón, ataviados con sus vistosos uniformes de época, realizaron una Salva de Honor en recuerdo de aquellos defensores y de todos los caídos en los Sitios de Zaragoza. Su capitán lanzó los siguientes gritos:
¡VIVA ZARAGOZA! ¡VIVA ARAGÓN! ¡VIVA ESPAÑA!
Seguidamente el vicario parroquial del Portillo, José Luis Navas Ocaña leyó el siguiente responso:
«Dios de la paz y de la misericordia, creador de la hermosura y la bondad del universo, hacedor del ser humano, inspirador de todo lo bueno y noble, Señor de la historia, alfa y omega de los tiempos, hoy venimos a ti con el corazón agradecido y suplicante. Agradecido por tantos hermanos nuestros que nos dejaron un ejemplo de entrega generosa, de lucha valiente a favor de la justicia y la solidaridad. Suplicante porque los encomendamos a tus manos, te los confiamos, esperamos de tí que los tengas en tu casa donde podrán vivir siempre tranquilos y gozosos, esperamos de ti que los tengas en tu reino donde ya no existe el odio, donde ya no hay tiranos, donde todos somos iguales y donde ninguno humilla a su hermano. Dales Señor la paz y el descanso eterno. Amén«.
Rezamos todos el padre Nuestro junto con el sacerdote quien terminó el responso con estas palabras: «Dales Señor el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz«
Finalmente fue el presidente de la Asociación Cultural Los Sitios quien cerró el acto conmemorativo de esta fecha tan trascendente para nuestra historia, con palabras de agradecimiento hacia quienes habíamos asistido al mismo y hacia quienes habían colaborado realzando su importancia, animándonos a todos a participar en la siguiente edición.
A nosotros, desde estas sencillas líneas de los Reales Tercios de España, solamente nos resta felicitar a la asociación Cultural Los Sitios por la brillante organización del acto y por mantener vivo el recuerdo de la gesta heroica más importante de nuestra querida Zaragoza a lo largo de toda su historia.