Parece mentira pero en el año 1484 la catedral de la Seo de Zaragoza alcanzó notoriedad en toda Europa por un hecho insólito como fue el asesinato, en el templo, del Inquisidor General del Reino de Aragón, Pedro Arbués, a manos de un grupo de judío-conversos.
Recordemos que la Inquisición fue establecida por Fernando II como herramienta de control ideológico de la herejía y disidencias, siendo acertado decir que tal medida suscitó una fuerte resistencia entre las instituciones del reino.
El Tribunal de Zaragoza se fundó en 1482 y tenía competencias sobre territorio aragonés y Lérida, aunque Teruel quedaba excluida. Desde un principio el Tribunal del Santo Oficio fijó su sede en el castillo de la Aljafería.
El Auto de Fe acontecido el 10 de mayo de 1484, en el que fueron quemados 4 conversos, fue un episodio que vino a encrespar más los ánimos.
Los Autos de Fe eran una especie de juicios escenificados en espacios abiertos o grandes edificios. En ellos se daba pública lectura de los sumarios y procesos del Santo Oficio y de las sentencias que los inquisidores pronunciaban, estando presentes los reos o efigies que los representaban, concurriendo todas las autoridades y corporaciones respetables del pueblo.
Nuestro personaje de hoy, Pedro Arbués, nació en 1441 en Épila, y desde muy joven demostró grandes cualidades intelectuales. En 1469 ingresó en el Colegio Mayor de San Clemente, en Bolonia. Fue catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Bolonia. En 1474 fue ordenado sacerdote y poco después Canónigo de la Seo.
El 4 de marzo de 1484 el Inquisidor General de España, Tomás de Torquemada, confesor de la reina, nombró a Pedro Arbués, junto con Pedro Gaspar Juglar, Inquisidor General de Aragón.
Hombres diligentes sin duda, los nuevos inquisidores comenzaron pronto, y con eficacia, su labor realizándose poco después varios Autos de Fe.
Entregado en cuerpo y alma al cumplimiento de su misión, Pedro Arbués continuaba su trabajo en casa, una casa situada en la calle Predicadores, de Zaragoza, que todavía hoy se conserva. En la bodega, de este edificio, que data de 1470, construido para albergar al nuevo Inquisidor, Pedro Arbués interrogaba a sus detenidos.
En ocasiones, el destino de los acusados quedaba en manos del Juicio Divino.
Se les emparedaba durante 15 días sin más ayuda que sus plegarias. Si al cabo de esos 15 días aparecían vivos se les declaraba inocentes. Si por el contrario habían muerto se consideraba que habían sido culpables.
Según informa el cronista de Aragón, Jerónimo Zurita, esta gran actividad de la Inquisición en Aragón soliviantó los ánimos de los conversos, así como de la nobleza del Reino de Aragón que veían en la Inquisición una amenaza para el mantenimiento de los Fueros del Reino.
Pronto surgió una fuerte oposición a tales prácticas y un nutrido grupo de conversos de las principales familias de la ciudad decidió organizarse y actuar en contra de los propósitos de la Inquisición.
Consiguieron que las autoridades aragonesas enviaran, el 29 de noviembre de 1484, una delegación para solicitar al Rey Fernando el Católico la limitación de las actividades de la Inquisición en la ciudad. La iniciativa no tuvo éxito y ello motivó que los principales conversos de la ciudad se reunieran en casa de Luis de Santangel para decidir los siguientes pasos a seguir.
El temor a ser detenidos y condenados por las indagaciones de Pedro Arbués les llevó a tomar la decisión de asesinar al Inquisidor, y para ello contratarían a varios individuos de la ciudad.
Tres de los conjurados, Juan Pedro Sánchez, Jaime de Montesa, y Gaspar de Santa Cruz, serían los encargados de recoger el dinero que todos aportarían, unos 800 florines de oro, y de pagar a los asesinos.
Los contratados para matar a Pedro Arbués fueron los siguientes: Juan de Esperandeu y uno de sus servidores, Vidal Durango, Juan de la Abadía, Mateo Ram y su escudero Tristanico, y otros tres cómplices de los que se ignora su nombre.
Después de cuatro fracasos previos, el 14 de septiembre de 1485 se llevó a cabo el atentado. A la hora de maitines entraron en la iglesia de San Salvador los asesinos, armados y disfrazados, ocultándose entre las sombras. Apostados en dos lugares distintos aguardaron la llegada del Inquisidor. Entró éste por la puerta del claustro, con una linternilla en una mano y una lanza corta en la otra. Llevaba cota de malla debajo de la sotana clerical y un casquete de hierro en la cabeza, oculto por el gorro, pues se cree que estaba algo apercibido sobre un posible ataque. Surgidos de la penumbra, saltaron sobre él los asesinos dirigidos por Juan de Abadía. Vidal Durango le dio una cuchillada en el cuello y Juan de Esperandeu le arremetió con su espada asestándole dos estocadas. Lo dejaron por muerto sobre las losas del templo pero el Inquisidor no murió allí mismo. Falleció al cabo de tres días a consecuencia de las terribles heridas recibidas.
Contrariamente a lo que pueda pensarse por su oficio, Pedro Arbués era una persona querida por el pueblo, entre otras cosas porque, de su propio pecunio, practicaba la caridad con gentes necesitadas.
La noticia del asesinato en la Seo causó tal revuelo e indignación que una gran turba de zaragozanos enfurecidos se dirigió hacia la Aljama, la casa del rabino Slomo Buisán, buscando venganza.
Sin tener en cuenta su avanzada edad, le cortaron la cabeza, la clavaron en una pica y la dejaron expuesta en la plaza de la Magdalena. Se desató una persecución inmisericorde y, en un tiempo récord para aquella época, los sospechosos fueron identificados, detenidos, juzgados y condenados.
Por los procesos de los meses siguientes desfilaron miembros de las familias más importantes de Zaragoza, Teruel, Calatayud, Monzón, Barbastro y Huesca.
Los dos autores materiales del crimen tuvieron el siguiente castigo: Vidal Durango fue arrastrado por caballos por la ribera del rio, luego lo ahogaron y, después de ser nuevamente arrastrado hasta el mercado, fue descuartizado, siendo clavadas sus manos en la puerta de la Diputación.
Juan Esperandeu fue desmembrado entre cuatro caballos. Francisco de Santa Fe, importante asesor del Gobierno del Reino de Aragón, se suicidó en la cárcel para evitar confesar bajo tortura. Juan Pedro Sánchez, hermano del tesorero del Rey Fernando, escapó antes de que le detuvieran. Jaime de Montesa, un septuagenario jurista e importante personaje de la ciudad, fue condenado a ser quemado vivo. También se condenó a muerte al fugado Pedro Sánchez pero al estar en paradero desconocido se le quemó en efigie. El cuñado suyo, Luis de Santamgel, en cuya casa se acordó el asesinato, debió de confesar o arrepentirse porque tuvo una muerte menos dolorosa. Primero fue decapitado y luego quemaron su cuerpo en la hoguera.
Según crónicas de Jerónimo Zurita, hubo nueve ejecutados en persona, aparte de dos suicidios, trece quemados en efigie y cuatro castigados por complicidad.
Las declaraciones de Vidal Durango hicieron que personas ilustres como Alfonso de la Caballería, Luis de la Caballería, Don Pedro Jordán de Urriés, Don Lope Jiménez de Urrea, Don Blas de Aragón y otros más, fueran sospechosos de cometer herejía, registrándose en los siguientes tres años un total de 70 ejecuciones.
Aquellos hechos impresionaron profundamente al Rey Fernando, habitual valedor de los judíos aragoneses que se encontraban entre el personal de mayor confianza. Acabó al fin accediendo a las demandas de expulsión que venía haciéndole el Inquisidor Torquemada, así que durante el año 1486 los judíos de Zaragoza y Albarracín tuvieron que abandonar estas ciudades. Algunos partieron hacia el exilio desde puertos mediterráneos de la Corona de Aragón, mientras otros se refugiaban en distintas localidades de Navarra. Finalmente, en 1492, los Reyes Católicos firmaron el Edicto de Granada por el cual se expulsaba de España a todos los judíos.
Hasta aquí llega, queridos amigos que nos siguen, la crónica sobre el crimen de la Seo, el asesinato de Pedro Arbués, Presbítero, Inquisidor y Mártir.